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Nadie sabe lo que un cuerpo puede
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- Devenir Movimiento
Introducción
“Nadie sabe lo que un cuerpo puede.” — Spinoza
A esta frase no se la termina nunca. No tiene techo. Cada vez que creemos saberlo, el cuerpo —con su humildad, con su lenguaje sin palabras— nos sorprende otra vez.
- Más allá de lo que creemos posible
- El cuerpo como terreno de exploración
- El tiempo del cuerpo
- Cansancio que alegra
- Cerrando
Más allá de lo que creemos posible
Desde pequeños nos dicen qué podemos y qué no podemos hacer. Que somos “torpes” para esto, “malos” para lo otro. Que el cuerpo envejece, se endurece, se rompe. Que hay que cuidarlo, sí, pero también que es frágil, limitado, de rendimiento breve.
Y sin embargo… ¿quién puso esos límites?
Muchos de ellos no están en el cuerpo. Están en la mente, en la cultura, en la educación. Nos habituamos a movernos poco, a no jugar, a no probar. A no habitar el cuerpo más allá de lo funcional. Y así, lo que creemos que podemos se convierte en una jaula.
Pero hay otra vía.
El cuerpo como terreno de exploración
Explorar las capacidades del cuerpo no es solo para atletas ni artistas. Es una posibilidad cotidiana para cualquiera que quiera salir de lo predecible, ensayar nuevas formas de habitarse.
No se trata de alcanzar metas medibles o rendimientos de elite. Se trata de escuchar y explorar. De probar movimientos nuevos, ritmos distintos, espacios diferentes. De bailar sin música, correr sin reloj, colgarse, saltar, sostenerse, caer. Volver a experimentar desde el cuerpo, por el placer del cuerpo.
Esa experimentación nos devuelve al pulso interior que no necesita explicación.
El tiempo del cuerpo
Las nuevas capacidades no llegan de un día para el otro. El cuerpo necesita tiempo, repetición, error, descanso. Necesita paciencia, porque su manera de aprender es distinta a la de la mente.
Lo que hoy parece imposible —una postura, un salto, una coordinación— puede volverse accesible mañana. El cuerpo aprende si se lo invita, si se lo cuida, si se le da permiso.
Y en ese proceso, uno se asombra.
Cansancio que alegra
Hay un tipo de agotamiento que no es carga, sino regalo. El que llega después de haber usado el cuerpo intensamente. Cuando se corre, se carga peso, se baila o se entrena y las endorfinas hacen lo suyo. Cuando el cuerpo, cansado, sonríe desde adentro.
Ese placer no es un premio mental. Es orgánico, químico, instintivo. El cuerpo se alegra de ser usado. Le gusta moverse. Le gusta desafiarse. Le gusta expandirse.
Cerrando
No sabemos lo que un cuerpo puede. Pero podemos empezar a descubrirlo. Y no por obligación ni para cumplir con una expectativa externa. Sino porque hay una sabiduría en el cuerpo que se revela solo cuando lo dejamos hacer.
Que el camino sea lento, sí. Que sea gozoso, también.